Los hombres sí mueren



Rafael Guillaumín Fentanes, tu nombre letra a letra retorna al regazo de la madre tierra. Allá donde la eternidad se vuelve un cómodo refugio de las almas que con respeto y amor recorrieron los espacios de la vida.

Roberto García Justo


gajustoro@hotmail.com


 


Rafael Guillaumín Fentanes, tu nombre letra a letra retorna al regazo de la madre tierra. Allá donde la eternidad se vuelve un cómodo refugio de las almas que con respeto y amor recorrieron los espacios de la vida. Y que esta les devuelve la paz, el consuelo y un velo de virtudes, capaz de hacernos eternos. Con este día se fueron las bondades, el carácter afectuoso, la caballerosidad, el talento y el aprecio enorme a la gente que le dio protección y cobijo.


Los pueblos crecen al ritmo que los hombres entonan el canto del progreso, ese que sólo se logra por medio del trabajo, una especie de varita mágica que se mueve por la gracia del creador. Y que lleva en el interior la grandeza del ingenio y la sutileza emergida del sentimiento humano. Ambos en su conjunto se hacen uno solo, para dar una muestra de lo grande de lo inmenso que son los designios que nos llevan de la mano para consolidar el camino que hemos de recorrer en tan corto tiempo.


A ti Rafa te tocó el inicio de una historia en este pueblo. Esa que nunca tiene fin, la que siempre nos acompaña y que está saturada de venturas y desventuras. Si de pronto te vistes entre manteles de seda y vajillas importadas. También supiste del sabor del barro conque se templan los utensilios en comunidades y rancherías. Es en ese espacio donde el corazón se abre y deja que por esa brecha brote el respeto, la alegría y el espíritu compasivo que nos hace distintos a los demás.


No por ser domingo y con fecha 5 de mayo no apartemos de la mente lo doloroso de tu partida. Al contrario, las penas no se disipan con facilidad cuando se tienen presentes tantas cosas. Encabezar una generación, llevarla y encuadrarla en

el sitio adecuado, es cumplir con el compromiso que se trae desde el principio. El valor no se demuestra con banalidades, es una carga que se asume con la intención de hacer claro el concepto de lealtad con uno mismo.


Para llegar a la cumbre se afrontan miles de obstáculos. Quien pasa por ese laberinto de fatalidades, está lleno de sabiduría, conserva sus dones de que le ha dotado la vida. Y es en ese espejo que se refleja el carácter de quien sorteó vendavales y tormentas, el sube y baja de una rueda de la fortuna que pone a prueba a los valientes. Sin dejar de ponerlos al borde de emitir una renuncia, una especie de derrota que demuestra muchas cosas.


De esas dificultades están sembrados los caminos y con los mismos propósitos se fecundan los embriones que darán el fruto con el fin de estar en condiciones para salir adelante. Por eso, ya no podemos dar marcha atrás, el tiempo se nos vino encima. Cada quien rendirá el homenaje de acuerdo a sus convicciones y como puede ser a sus intereses. No sin antes hacer un verdadero reconocimiento a quién con sus actos demostró la fortaleza y la convicción con que se revisten los mortales.


Adiós mi gran amigo Rafael, los elogios en estos momentos no consuelan como quisiéramos. Sólo provocan miles de recuerdos, anécdotas que hicieron entretejer las distancias. Reducir los espacios que la estima se encarga de darle claridad. Es por ese motivo que tuvimos la oportunidad de despedirnos. Chocar esas manos que llevan el mensaje del afecto, sentir el calor de uno de los que le dieron realce a la industria de la cal, del café, del bambú de la hotelería es destapar un cúmulo de obras diseñadas en ese sueño que todos llevamos dentro.


Vamos a tomar en serio las gratitudes de los que te rodearon siempre. Esa familia dependiente de una cosecha cafetalera, en esos tiempos cuando los bolsillos gozaban de cabal salud. Pero también de aquellos que te vieron acongojado, con orgullo y entereza trazando las estrategias para enfrentar los desafíos del destino. Ese eras tú, nadie más tomará ese papel que con tanto fervor defendiste. Tenía razón don Dago (†) cuando en un diálogo fraternal me dijo quedamente: “ese hombre es de rocaâ€.