Sin tacto
Espionaje telefónico
Sergio
—Va, entonces, amigo. ¿Ya ves cómo estas intervenciones telefónicas sà sirven para algo?
—Manito, manito, ¿en qué grabación estaba la receta de los chiles rellenos a la xalapeña? ¿Recuerdas? Es la que le dio la suegra de un periodista a su nuera el otro dÃa. Es ese columnista que ha andado dando lata con el asunto de los desaparecidos. Nos tocó oÃrla juntos. ¿Te acuerdas?
—Fue el viernes pasado en la tarde, debe estar en la carpeta de ese dÃa. ¿Y ora? ¿Por qué tanto interés?
—Es que le conté a mi vieja que la muchacha le habÃa pedido a la señora la receta y ella se la habÃa dado con pelos y señales (bueno, sin pelos, porque sabrÃan muy feos, jajaja). Le dije que las instrucciones que yo habÃa oÃdo estaban muy claritas y que iban paso a paso. Y como ella quiere aprender a hacerlos, me pidió que le llevara la transcripción.
SÃ, ambos personajes se parecen, no tanto por sus rasgos sino por el porte marcial, como que siempre están parados en posición de firmes (la barbilla levantada, la mirada seria y hacia el horizonte, la columna recta, los brazos pegados a los costados con las manos abiertas, los pies juntos en los tacones y separados en un ángulo de 45 grados, los zapatos boleados). También los asemeja el corte de pelo casi a rape y una cierta actitud de sumisión en sus gestos y su postura.
Ambos se ponen a revisar la carpeta del dÃa correspondiente, dan con el archivo del audio y se disponen a transcribirlo: uno, dicta perdido en unos grandes audÃfonos, y el otro escribe en la computadora. En ésas están cuando entra a la habitación un tercer individuo: la misma pinta, similar actitud, que les dice a manera de saludo:
—¿Y ora qué están transcribiendo? ¿Algo importante que se haya revelado?
El que escribe responde que no, que no ha habido ninguna información
trascendente en los teléfonos que tienen intervenidos; que como siempre solamente han escuchado puras conversaciones insulsas; nada que valga la pena
—Entonces, ¿por qué están escribiendo esa plática? ¿Por fin encontraron algo que tenga alguna importancia, lo que sea?
—No, bróder —responde con desconsuelo el escribano—. Nomás oÃmos puras cosas de señoras: que si fueron al mandado; que si no les quedó el corte de pelo; que los niños están muy traviesos. Por eso le dije al jefe el otro dÃa que para qué seguÃamos interviniendo esos teléfonos, como si sus propietarios fueran tan majes como para decir cosas reveladoras en el aparatito. Y que, además, sus esposas y sus hijos ni idea tenÃan de lo que hacÃan ellos. Y las sirvientas menos.
—¿Y entonces?
—Estamos escribiendo una receta muy buena de los chiles rellenos. Se la voy a pasar a mi esposa porque quiere aprender a hacerlos, y hay un periodista que tiene una suegra que es una cocinera de las buenas, de las de antes, que se sabe todos los secretos de la cocina. Se la dijo completita a su nuera. Es toda una joya.
—Pues amigo, ponle emoción a la escritura porque me vas a tener que pasar una copia. El otro dÃa escuché que el Jefe se quejaba con su vieja de que nunca le hacÃa chiles rellenos, que tanto le gustan. Asà que esta receta se la voy a pasar a la cocinera para que los haga y quede bien con los señores. Eso sÃ, ¡ella me va a tener que pagar el favor con sus encantos! ¡Qué le vamos a hacer!
—Va, entonces, amigo. ¿Ya ves cómo estas intervenciones telefónicas sà sirven para algo?
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