El otrora poderoso súper secretario de Seguridad Pública, Arturo Bermúdez Zurita, enfrenta en un cuarto de 4 por 4, la tristeza y la soledad que jamás esperaba vivir. Su angustia se prolonga cada minuto y en el silencio de su reflexión, pide a gritos salir del reclusorio regional de Pacho Viejo, donde, en los tiempos de poder, envió a muchos inocentes para ser enjuiciados.

A Bermúdez, no le queda el dicho de que los carniceros de hoy serán las reses del mañana. Bermúdez, se enfermó de poder. Se sintió todo poderoso y cada día, por la mañana, por la tarde y por la noche, salía de su residencia en Las �nimas, escoltado por una veintena de guardaespaldas que a bordo de suburbans blindadas le abrían paso para llegar a su cuartel general en lo que antes era el edificio de Pensiones del Estado, al lado de palacio de gobierno. Otras veces despachaba en el Cuartel de San José.

En el sexenio de Duarte, dejó atrás al espigado personaje que se dio a conocer en tiempos de Alemán, por cargar la maleta a Sergio Maya Alemán, al que le decía “si jefe, ordene jefe, lo que usted diga jefe�. Se mareó de poder y hasta portaba el uniforme de policía con estrellas para destacar entre la tropa.

Ahora se sabe que sobre Bermúdez Zurita, no nada más pesa el delito de enriquecimiento ilícito, sino también, le están cargando las ejecuciones de la Narvarte, los muertos de Tierra Blanca, el cantante Gibrán, la paliza a los jubilados del IPE, la madriza a los universitarios, y conforme pasan los días, le irán cargando los muertitos, los levantados y los desparecidos, que dicho sea de paso, era un secreto a voces que llevaba participación.

Como el resto de los duartistas que asaltaron las finanzas veracruzanas, lo niega, pero ante el polígrafo que tanto presumió aplicar para la tropa, Bermúdez, vomitaría cientos o quizá miles de delitos ordenados desde su trinchera, saldría a la luz todo el dinero que dispuso para crear sus empresas, adquirir sus residencias y llenarle las cuentas bancarias a su familia, sin importar enlodar el honor de su propia esposa y hasta de sus hermanos.

Pero no nada más Arturo Bermúdez debería de estar en la cárcel, también Adolfo Mota Hernández, Edgar Spinoso Carrera, Alberto Silva Ramos, Jorge Carvallo Delfín, Harry Grappa y muchos otros que acompañaron a Duarte en la corrupción más insaciable que pudo vivir Veracruz, en la administración que también se definió del terror por la ola de ejecuciones y desapariciones que siguen esperando justicia.

Bermúdez, debe pagar por los delitos que cometió que son muchos y que, para la mala fortuna de las personas afectadas, pueden quedar en la impunidad si es como se rumora que pronto saldrá en libertad el bien llamado “Negro Bermúdez� de Veracruz.

Y para la pinche mala suerte que persigue al exsecretario de Seguridad